Se encontraba en estado de shock, hablaba a su madre, tendida en el sofá, pero ella no contestaba. “Esperaba que se moviera”, declararía después.
Tiene sólo 10 años aunque parece todavía menor y ha protagonizado la historia que ha conmocionado a Italia la última semana, publicada por el Corriere della Sera.
El pequeño veló durante 24 horas a su madre muerta hasta que el lunes, cuando cayó el sol, encontró el valor de moverse y llamar al timbre de la vecina, deshecho en lágrimas: “Está negra, mi mamá tiene la cara toda negra…”. Cuando la vio inerte, no sabía qué hacer. “No quería dejarla sola”, explicaba después.
Su madre había sufrido un infarto, y cuando quiso darse cuenta, el niño la encontró “demasiado quieta, inmóvil”. Sin embargo, el final de la historia es sólo la conclusión de una breve vida dedicada a cuidar a su madre enferma.
En aquella casa parecía que se habían invertido los roles. Ya en 2017 se abrió un proceso judicial para encontrar una solución a este hogar en el que el padre estaba ausente y la madre padecía una depresión de tal gravedad que no podía hacerse cargo ni de sí misma. Se solicitaron entonces “medidas urgentes”, pero dos años después nadie había hecho nada.
La Fiscalía de Menores describía entonces al niño como “con notables dificultades escolares y necesidad de una evaluación neuropsiquiátrica”, y a la madre como “enferma, que rechaza todas las ofertas de trabajo o no consigue mantener los empleos”.
El padre, por su parte, no se había ocupado jamás del niño. Dos años después, sonaba ese timbre milanés y un niño aparecía llorando, desesperado. La casa estaba sucia, desordenada. Sólo la habitación del pequeño parecía guardar la cordura.