Hay muchas “chatarras” rodantes en las calles de las principales ciudades del estado y en las carreteras.
Son verdaderas “calderas” que expiden humo al por mayor y que en nada abonan a la pureza del aire que requieren nuestros pulmones y que cada vez está más contaminado.
Estamos hablando de los camiones de pasajeros que viajan de la capital a los municipios y poblados circunvecinos, pero también de los vehículos de volteo que a lo largo y ancho de los libramientos son un peligro para los automovilistas que tienen que viajar atrás recibiendo “la lluvia de grava y arena” que arrojan, mientras pueden rebasarlos, porque van lentos pero invadiendo el carril de alta velocidad.
Es cierto que las condiciones actuales como el aumento de precio de los combustibles, refacciones y otros insumos no les permite renovar su parque vehicular, pero cuando menos, los señores concesionarios deberían condicionar el empleo a los choferes a cambio de conducir con educación y respeto a los demás.
Los operadores de camiones de pasajeros, se detienen intempestivamente y sin ninguna precaución en donde se les da la gana para subir o bajar pasaje, sin importarles que los demás conductores tengan que frenar con brusquedad o esquivarlos para evitar un accidente.
Los de camiones materialistas, no se diga, ellos se “cocinan” aparte, creen ser dueños de las calles y carreteras. Sus pesadas unidades parecen darles patente de impunidad.
Pero de todo lo anterior, no son ellos los únicos responsables. Mucha culpa tienen las autoridades de la secretaría de transportes y de tránsito en sus tres niveles.
Hoy en día “cualquier hijo de vecino” conduce un vehículo pesado, aun cuando carezca de aptitud, educación vial y demás requisitos que debe reunir antes de ponerse al frente de un volante.
Porque para las autoridades en mención, y para los propios concesionarios y choferes, tal parece que como dice la popular composición de José Alfredo, “¡la vida no vale nada!”…