El brote de sarampión en el estado de Adamawa, Nigeria, que ha causado al menos 42 muertes en poco más de una semana, destaca un problema de salud pública grave y recurrente en muchas regiones del mundo, especialmente en aquellas con sistemas de salud frágiles y dificultades en la implementación de programas de vacunación.
El sarampión es una enfermedad altamente contagiosa causada por un virus que se transmite a través de gotitas respiratorias al toser o estornudar. Afecta predominantemente a niños y puede ser grave, incluso fatal, particularmente en poblaciones malnutridas o con acceso insuficiente a la atención médica.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), antes de la introducción de la vacuna contra el sarampión en 1963 y la amplia vacunación que siguió, se producían grandes epidemias cada 2-3 años, causando cerca de 2.6 millones de muertes anuales a nivel mundial.
Desde el año 2000, la vacunación ha reducido drásticamente la mortalidad por sarampión, evitando más de 50 millones de muertes. Las vacunas contra el sarampión son efectivas y seguras, y dos dosis de ellas son suficientes para conferir inmunidad duradera en aproximadamente el 97% de las personas. Sin embargo, para lograr la eliminación del sarampión, es necesario alcanzar y mantener altas coberturas de vacunación, algo que en regiones como Adamawa se ve comprometido por múltiples factores.