Viejo, cuando cumplí 30: Juan Villoro

por Notinúcleo Networks

Tengo un temperamento disperso. Me entusiasmo y me aburro con rapidez. Me gustan muchas cosas al mismo tiempo”. Así explica el escritor mexicano Juan Villoro su fascinación por saltar de un género a otro, tanto en la literatura como en el periodismo.

Cuentista, novelista, guionista, cronista, narrador de historias infantiles y dramaturgo, este sociólogo atrapado por las letras y amante del rock y el futbol vivirá este año un doble festejo: recibirá el próximo sábado el Premio Excelencia en las Letras José Emilio Pacheco en Mérida y cumplirá 60 años el 24 de septiembre.

Formado en los talles de escritores como Miguel Donoso Pareja y Tito Monterroso, Premio Herralde de Novela por El testigo y catedrático invitado a las universidades de Yale, Boston y Princeton, Villoro confiesa a Excélsior que lo que más busca es “evitar el infierno de la repetición” y siempre parte de la premisa de que “pensar es un atrevimiento”.

 ¿Fue el cuento el primer género que te atrajo hacia la literatura?

Sí, el cuento fue el género inicial y el que me sigue pareciendo más difícil. Entré al taller de Miguel Donoso a los 15 años. Asombrosamente me tomó en serio, como si yo ya tuviera una trayectoria. Sólo había escrito un cuento. Durante cuatro años fui como la mascota del taller, pues no había nadie más joven. Un día Donoso decidió que yo encarara el difícil compromiso de criticarme a mí mismo. Me dio la libertad de estar solo, lo cual no es fácil de asumir. Durante casi una década sólo escribí cuentos. Después, estuve un año en el taller de Augusto Monterroso.

 ¿Qué legado literario te dejó Monterroso?

Tito fue uno de los grandes estilistas de la lengua. Un hombre sabio que renovó la fábula con enseñanzas dignas de los grandes clásicos. Como maestro fue de una enorme severidad. Su taller fue una escuela de rigor tan exigente que muchos de sus alumnos prefirieron dejar de escribir. Gracias a ese rigor, la literatura se convirtió para mí en algo mucho más difícil de alcanzar, pero mucho más valioso.

 ¿El filósofo Luis Villoro ha influido en tu obra?

Mi padre fue una persona extraordinariamente ética, con un sentido inquebrantable de la coherencia. Fue un gran ejemplo moral. De niño me costó trabajo entender a qué se dedicaba y no siempre me resultó cómodo que me tratara como si también yo fuera un filósofo y estuviera en condiciones de decidir todo por mi cuenta, en forma libre y racional. Pero con los años aprendí que su compañía había sido un magnífico simposio. Lo extraño mucho y no olvido en ningún instante que soy su hijo.

 Cuando el movimiento estudiantil de 1968 tenías 12 años, ¿con qué generación te identificas políticamente hablando?

Eduardo Valle, líder del 68, dijo que los verdaderos herederos de esa gesta eran los hermanos menores de quienes participaron en ella. Los estudiantes fueron reprimidos y encarcelados. Nosotros nos quedamos al margen, pero fuimos testigos de la ignominia que padecieron. El 68 fue como un espejismo de cambio que se vio mancillado por la represión. Pensé que unos años después me incorporaría a un movimiento revolucionario y, en cierta forma, crecí como un cachorro de la rebelión. Pero en la edad adulta me tocó un país muy distinto. Mi generación no tomó el Palacio Nacional. Nuestras búsquedas fueron más bien individuales, con excepciones como el subcomandante Marcos, ahora Galeano, que sí buscaron una forma de cambiar la realidad.

 

TEMPERAMENTO DISPERSO

A los 25 años te nombraron agregado cultural en la República Democrática Alemana, ¿cómo te marcaron esos cuatro años en Berlín oriental?

Durante nueve años estudié en el Colegio Alemán y tenía una relación crispada con esa cultura. No le encontré utilidad a esa severísima enseñanza hasta que me gustó la literatura y descubrí que podía tener un acceso privilegiado a esa lengua. Ir a Berlín me permitió recuperar el idioma, ver mi país con la distancia reveladora que otorga la nostalgia y aprender un sinfín de cosas; entre otras, que no quiero ser diplomático. Desde entonces no regresé al servicio exterior.

¿Por qué dejar la sociología por las letras?

Cuando entré a la universidad tenía una idea romántica de la escritura. No quería que lo que consideraba una relación amorosa se convirtiera en un matrimonio por conveniencia. Por eso no estudié Letras. Me parecía absurdo sistematizar una pasión, algo tan absurdo como querer domesticar el fuego. Por otro lado, la Sociología me interesa mucho y no ha dejado de abrirme caminos de interpretación que no siempre aparecen en la literatura.

¿Por qué saltar de un género a otro?

Tengo un temperamento disperso. Me entusiasmo y me aburro con rapidez. Me gustan muchas cosas al mismo tiempo. Supongo que esto ayuda a pasar de un género a otro. Nunca me he sentido cómodo repitiendo esquemas. Yo necesito pasar por experiencias diferentes, en parte para evitar el infierno de la repetición y en parte para ponerme en distintas situaciones nerviosas. Todos los géneros son difíciles, pero cada uno activa neurosis diferentes.

 ¿Te consideras un escritor “ornitorrinco”, como defines a la crónica?

Creo que me queda bien como mascota. El ornitorrinco parece a punto de ser un pato, un castor, una nutria-marsupial; pero no es nada eso, sino un animal cuya identidad particular consiste en acercarse a otros animales.

 Roberto Bolaño decía que habías logrado no convertirte en cobarde ni en caníbal, ¿cómo criticar sin ofender?

No siempre lo he logrado. Roberto fue muy generoso con esa frase, que me parece más un lema de vida que debo seguir y no algo que ya conseguí. He tratado de defender mis ideas sin negar las de los demás, pero en ocasiones he molestado a alguien sin darme cuenta o he sido torpe, descuidado o simplemente idiota. Pensar es un atrevimiento, una ocupación tentativa que te brinda la generosa oportunidad de cometer errores. Sería muy aburrido tener siempre la razón y ser automáticamente lúcido.

 Algunos te ven como el heredero de Monsiváis, y otros como el de Fuentes, ¿a quien de estos dos Carlos te gustaría suceder?

Por suerte, la literatura no es una dinastía y puedes escribir sin suceder a nadie. Ante tu pregunta, me acuerdo de un verso de otro Carlos, Pellicer: “Todo será posible, menos llamarse Carlos”.

 ¿Te sientes un narrador consolidado?

Inevitablemente, ya he recorrido bastante trecho y no sé cuánto me quede por escribir. Pero hay que recordar que la “década prodigiosa” de Cervantes comenzó a los 60 años. No puedo escribir la segunda parte de mi Quijote porque no he escrito la primera, pero aún me veo con ánimos de mezclar la realidad con la ficción.

 ¿Qué te dice el Premio José Emilio Pacheco?

Me siento muy cercano a José Emilio, de modo que me dará mucho gusto evocarlo en Yucatán, que por otro lado es la tierra de mi madre, así es que eso me toca muy de cerca. Es un premio otorgado a Fernando del Paso, a Elena Poniatowska y al propio Pacheco, lo cual me obliga a decir que en esta ocasión el jurado decidió reconocer a alguien que aún tiene bastantes cosas que demostrar. Lo veo como un triunfo de la esperanza sobre la experiencia.

 ¿Sobre qué versará tu discurso de aceptación del premio?

Es una sorpresa, pero versará sobre la “zozobra” de la “suave patria”, para aludir al poeta que tanto le gusta a Del Paso.

Finalmente, ¿qué significa cumplir 60 años?

Nunca he sido tan viejo como cuando cumplí 30 años. Recordé lo que Bob Dylan había dicho acerca de no confiar en nadie que ya tuviera esa edad; me vi en el espejo y comprendí que tenía razón. Me deprimió enormidades abandonar la juventud, pero se me olvidó pronto. Así de caprichosa es la mente. Luego, cuando cumplí 50 tuve otro momento de preocupación. Fue como si me pasaran la cuenta de un inmenso banquete al que me creía invitado. ¡De pronto tenía que pagar todo! Esta crisis fue más realista, pero también duró poco. La mente se adapta a muchas cosas, incluida la de tener 60 años y despertar con un deseo inaudito de escribir una historia para un niño de diez. ¿No es curiosa la mente?

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