En el corazón de la Selva Lacandona, a orillas de la Cuenca del Río Perla, más de 15 mil indígenas tzeltales de una docena de comunidades viven una realidad marcada por el olvido: sin acceso a salud, educación, caminos ni electricidad, a pesar de más de tres décadas de demandas.
Los pobladores de esta región, ubicada en el municipio de Ocosingo, volvieron a levantar la voz esta semana con una manifestación pacífica en la comunidad de Pichucalco, una de las más antiguas y grandes de la zona.
Fundada hace 80 años por migrantes que llegaron en busca de tierra y libertad —algunos huyendo del trabajo forzado en fincas—, Pichucalco se ha convertido en un símbolo de resistencia.
Desde 1974, cuando participaron en el histórico Congreso Indígena, las comunidades como Amador Hernández, Guanal, Plan de Guadalupe, Ibarra, Candelaria y la propia Pichucalco, han exigido atención a sus derechos más básicos. Sin embargo, las promesas han sido escasas y las soluciones, nulas.
De igual forma habitantes de Pichucalco denunciaron que desde que inició el ciclo escolar el 1 de septiembre, los maestros no han llegado. Mientras tanto, más de 500 niños y niñas asisten a diario a las aulas improvisadas de madera, con la esperanza de que algún día puedan aprender a través de los libros que aún no llegan.
La falta de infraestructura ha empujado a muchos jóvenes a dejar su tierra. La migración se ha convertido en una salida obligada, más que una elección.
Los pobladores no piden lujos, solo servicios básicos para vivir con dignidad: carreteras transitables, energía eléctrica, acceso a salud y educación real.
Informa: Issa Maldonado
